A veces los premios, recompensas y bonificaciones no bastan. Queramos o no, hemos creado una sociedad muy simple y poco ambiciosa en este aspecto. No nos damos cuenta de que la motivación intrínseca, es decir, el deseo de ser mejor en algo que nos importa es lo que verdaderamente cuenta.
Desafortunadamente centramos toda nuestra motivación en elementos extrínsecos. Caemos en el error de pensar que cuanto mayor sea la recompensa, mayor será el rendimiento; las conocidas recompensas condicionadas. No obstante, existen investigaciones a día de hoy que demuestran que cuando una tarea requiere las más mínimas habilidades cognitivas, estos incentivos no funcionan y nuestro rendimiento se reduce. Es más, este tipo de recompensas tienden a destruir la creatividad.
¿Y si marcamos la diferencia?
Una solución consiste en basar nuestro desarrollo personal y laboral en los elementos de motivación intrínsecos que hemos comentado al principio del post. El trabajo del siglo XXI valora especialmente la inteligencia emocional, la imaginación y la creatividad; una perspectiva completamente distinta a la basada en los elementos extrínsecos.
Así que, si cada día nos ponemos como deberes la superación constante a pesar de creer haber tocado techo o de no poder conseguirlo, seguramente que lograremos el plus diferencial que nos ayudará a alcanzar nuestros objetivos.
El valor de no retirarse ni rendirse nunca es enorme
Lo dicho, el secreto no se basa en recompensas (ni en castigos), sino en una fuerza intrínseca invisible: la necesidad de dirigir nuestra vida, de aprender, mejorar, crear y de hacer cosas importantes para cambiar el mundo. ¿Listo/a para empezar?